El amor es cosa de otro planeta

El amor es cosa de otro planeta

lunes, 11 de agosto de 2014

Fragmento primer capítulo "Prisionera de tu amor..."

Buenos días!!
¿Cómo están pasando las vacaciones? Seguramente disfrutando de la playa y alguna buena lectura.
Hoy quiero compartir con mis amig@s, un fragmento del primer capítulo de "Prisionera de tu amor..." a ver si les pica la curiosidad...
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Introducción


Esperanza, ése es mi nombre… hija de un comerciante y una señorita de la alta sociedad y ésta es mi historia, la historia de mi vida.
Mi madre, Rosa; una muchacha delicada, delgada, de piel morena; de larga y negra cabellera, como la noche sin luna, sus ojos dos luceros, con la sonrisa más bonita de la comarca. Así la describe mi padre.
Había intentado muchas veces quedar embarazada, pero todos sus esfuerzos fueron en vano. Tanto su familia como la familia de mi padre, los presionaban para tener un nieto y ya se estaban poniendo muy nerviosos.
Mi padre, Estéban Vázquez nunca le había reprochado a mi madre por sus embarazos fallidos.
Pasaron los años y un buen día cuando todos daban por perdida toda esperanza… ¡Se produjo el milagro!
Los meses volaron hasta que una noche de verano, la más calurosa, había llegado al mundo, atravesando los umbrales de la vida desgarrándole la suya a mi madre.
Fue un parto difícil, había soportado muchas horas de trabajo, con su último aliento me dio a luz, pudo ver mi cara y sujetarme entre sus brazos por unos fugaces minutos.
―La llamaremos Esperanza ―dijo… mi padre asintió, la abrazó y la cubrió de besos, con el alma inundada de alegría, que se le escapó en pocos segundos como agua entre los dedos… el llanto del bebé y ninguna resuesta, mi madre había muerto.
Mi padre amaba profundamente a mi madre, de eso estoy segura, y puedo imaginarme el gran dolor que le causó la pérdida de su mujer… La matrona asistió a la escena en silencio, después le pidió que saliera de la habitación llevándome consigo. Fue un golpe muy fuerte para él, su compañera, la madre de su niña recién nacida había muerto.
Tomasa siempre me dice que jamás olvidará, la mirada de mi padre, su tristeza y abatimiento, lo indefenso y perdido que se veía con el pequeño bebé entre sus grandes y fuertes brazos.
La limpieza y la gestión de la casa están a cargo de Tomasa, la negra, mi negrita querida (¡cuánto cariño he recibido de Tomasa!). Llegó a casa mucho antes de que yo naciera, y se quedó para siempre…
Tomasa, tomó las riendas de la casa y lo hizo siempre bien, nunca faltaba nada a la hora de comer, quería mucho a mi madre, eso lo puedo notar siempre que la recuerda, lo hace con mucho cariño y sus grandes ojos retintos se llenan de lágrimas, que las enjuga con un paño que lleva colgado siempre al cinto de su delantal.
Ella fue la matrona, acudió a mi madre en el parto en el que yo nací.  Dice que en su pueblo natal ella ayudaba en el parto a su gente. Su madre le había enseñado todo lo que sabía.
Tomasa no tiene familia, está sola en el mundo, cuenta que sus padres murieron por una extraña enfermedad junto a sus hermanos pequeños, después de enterrarlos decidió abandonar el poblado que le traía tantos recuerdos, y se marchó a buscar un nuevo hogar muy lejos de allí. Acogida por mis padres siempre fue fiel a ellos, había encontrado una familia que la acogió y la trató siempre bien.  

Pasaron diez años desde aquella fatídica noche, mi padre a pesar de su inexperiencia hizo frente a la prueba que le puso la vida y salió airoso. Yo había sobrevivido todo ese tiempo a su lado, bajo su autoridad y mimada por Tomasa
No me puedo quejar, mi niñez fue feliz, correteando entre las calles estrechas, empedradas y serpenteantes de mi pueblo natal, con sus casas blancas, brillantes como perlas, cuando el sol las baña los días calurosos enceguecen a los pasantes, mientras el exuberante mar, calmo acaricia con parsimonia las playas doradas.
Cuántas veces en verano nos escapábamos mis amigos y yo a la playa para ir a jugar en la arena, o correr hacia el puerto para ver los grandes galeones a lo lejos.
Mi padre no se volvió a casar, no quería que el lugar de mi madre fuera ocupado por nadie, decía que con mi presencia le bastaba y le sobraba. Consagró su vida a mí, a mis necesidades, a mis caprichos, en resumen a mi vida.
Como dije antes, mi padre es comerciante, vende telas, especias exóticas y demás cosas traídas de todas partes del mundo.
Su negocio se encuentra situado en el mercado central de la ciudad, donde yo de pequeña jugaba con otros niños de mi edad.
Al faltarme la imagen de mi madre, una mujer, me incliné por todas las actividades masculinas además de las vestimentas, que eran más que cómodas. Llevaba el pelo corto y revuelto, para evitar el contagio de cualquier parásito, tengo los cabellos negros y la piel morena, como mi madre; y los ojos color miel de mi padre, he heredado su estoicidad, aprendí a solucionar mis problemas de niña, como una adulta…
Éste es el resumen de mi llegada a este mundo, esa parte me la contó mi padre, yo cuando hablo de ella la endulzo con mis sentimientos. Me siento culpable por la muerte de mi madre, no lo puedo negar, aun cuando todos me aseguran que no he tenido nada que ver.
Mi abuela dice que ella era débil y por eso no soportó el parto, pero yo no estoy de acuerdo. Ésta es la historia de la tragedia de la muerte de mi madre, de la soledad de mi padre y de mi niñez alborotada…




Capítulo 1


Año 1679
L

os días se suceden unos tras otros, inexorablemente, convirtiéndose en meses y luego años.
El tiempo tiene esa extraña manía de pasar inadvertido, llevándose con él los mejores años, los más bonitos recuerdos, cicatrizando heridas, dejándonos a cambio solo imágenes que poco a poco se destiñen en nuestras ya cansadas y ajadas memorias. Espero que ni él pueda borrar de mi mente todos los hermosos momentos vividos a lo largo de mi ajetreada vida.
Hoy es mi cumpleaños, cumplo dieciocho años. Me he convertido en toda una mujer, al menos eso es lo que siempre dice Tomasa, dice que recuerda como si fuera ayer, cuando me tenía entre sus brazos y parecía un ratoncito, tan menuda y rosada, para ella siempre seré su “pequeña” Esperanza.
Siempre me dice que cuando me vio, al nacer, pensó, que no sobreviviría, pero con el correr de los días y conforme pasaba el tiempo, la pequeña ratita comía y crecía, me convertí en toda una guerrera, me aferré a la vida y testaruda como soy, hoy estoy aquí.
Mi cuerpo ha cambiado tanto en estos años, que casi no me reconozco. Mis senos pasaron de ser una simple protuberancia a tener formas redondeadas, mis caderas se han ensanchando, acentuando las curvas de mi figura esmirriada, convirtiéndola en esbelta y torneada.
Ahora tengo una larga y ondulada cabellera, negra como la noche, que cae como una cascada sobre mis hombros. Mi abuela dice que una señorita bien criada lleva su pelo largo (por eso me lo dejaron crecer) y bien cuidado, peinado y recogido. Yo odio todo lo que tenga que ver con los inútiles rituales de acicalamiento, estoy de acuerdo con ser una persona limpia y aseada, pero… ¿para qué tantas cintas en el pelo? Y toda esa pérdida de tiempo…
Soy toda una señorita con respecto a mi educación y mi comportamiento en sociedad, al menos eso es lo que dice mi padre y es lo que le hago creer, se me da bien.
Intento comportarme como mandan las normas de la sociedad más que nada para evitar de ponerlo en el ojo del huracán, ya todo el mundo lo ha juzgado en su momento por haberme dejado criar por una negra.
A mi padre le gustaría que vistiera y me comportara siempre como una muchachita sumisa y emperifollada, pero yo en mi día a día visto mis tan adorados y cómodos pantalones y mis camisas adornadas con encaje o bordados. Son los pequeños permisos que me concedo, después de darme por entero en las reuniones sociales que tanto detesto, como una señorita bien.
Además mi carácter no me permite ser sumisa y condescendiente, cuando algo no me gusta me revelo.
No entiendo por qué las mujeres tenemos que vestir los pesados vestidos llenos de encajes y enaguas, los ajustados corsés. ¡Me rehúso!
No es suficiente que nos tengan recluidas en nuestras grandes casas, bordando, tejiendo y acabándonos la vista, en tareas aburridas. Yo quiero ver el mundo, quiero ver qué me espera detrás de la gran puerta de calle, que me separa de un mundo maravilloso e inexplorado. Mi padre dice que mi espíritu rebelde e inquieto es herencia por entero de mi madre.
A pesar de que mi padre se esforzó siempre para que no me faltara nada, el vacío que dejó la muerte de mi madre no pudo ser cubierto ni por sus continuos cuidados, ni por el afecto ocasional de mis abuelos, él sabe que ella me falta y ahora más que nunca...
Me gustaría poder hablar con ella, que me explicara muchas cosas que han cambiado en mí, pero como tantas otras veces, me las tengo que arreglar como puedo, menos mal que tengo cerca a Tomasa ella se encarga de enseñarme, a su manera, todas las cosas que me suceden, ha sido ella quien amorosamente me contuvo y me tranquilizó la primera vez que me vino la regla y yo pensaba que me estaba desangrando.
Salí corriendo con las enaguas y los calzones manchados de sangre gritando y llorando por toda la casa, ella me hizo una tisana y me calmó acunándome en sus brazos regordetes, para después, con dulces palabras explicarme que me había convertido inexorablemente en una mujer.
He comenzado a asistir a una escuela de equitación, mi padre ha consentido mi asistencia, dice que así al menos me mantengo ocupada con algo...
Por otra parte he iniciado a disparar con los trabucos ¡¡¡sí!!! Kaled (un amigo) me está enseñando, él ha accedido a ser mi maestro, porque de otra manera nadie más querría hacerlo. Mi padre no sabe nada sino nos despelleja. Además no tiene por qué saber siempre todo lo que yo hago, creo que es importante que una mujer sepa defenderse. No siempre podemos esperar que lo haga un hombre por nosotras.
En éste tiempo en el que me tocó vivir, las mujeres no disparan, no necesitamos saber esas cosas, son cosas de hombres, para eso nos casamos y ellos tienen el deber de defender nuestro honor y hogar. Ése es el pensamiento de los hombres de mi época, me gustaría que las cosas fueran de otra manera, después de todo las mujeres somos tan fuertes como nos proponemos, igual o más que ellos.
Lamentablemente las chicas de mi edad, solo piensan, en los paseos en la plaza los domingos por la tarde después de la misa, en las reuniones de lectura o en las clases de piano y en el día de su boda. La cual la mayor parte de las veces ha sido organizada por los padres de los contrayentes, ¡Qué triste esta vida!
Los temas más interesantes en las bocas de las muchachas son: la moda en Inglaterra o los bordados que están a punto de concluir. Hablar con ellas acerca de mis ideas revolucionarias, sería generar más escándalos y rumores sobre mis inclinaciones y gustos, por eso prefiero callar y termino aislándome en el mundo de los caballos o el que me invento en mi cuarto.

Me gusta montar a caballo sentir el calor de su cuerpo y el latido de su corazón. Atravesar la playa y sumergirme en las olas que rompen en la orilla, sentir el aire golpeando contra mi cara cuando voy al galope, soltarme el cabello y dejarlo ondear libre al aire.
Quiero ser independiente, libre, dejarme llevar por las corrientes marinas hacia nuevos horizontes.
¿Mi mejor amigo? Kaled, aquel con quien crecí. Él comprende mi naturaleza salvaje y no me mira mal como los demás, que murmuran entre ellos cuando paso, ni me juzga, es mi compañero de aventuras.
Somos inseparables y a pesar de las diferencias sociales, mi padre está de acuerdo con nuestra amistad, conoce a su familia que también trabaja en el mercado.
Siempre me dice que ellos son personas muy trabajadoras, pero que son pobres y que de allí no saldrán.  Él en cambio, posee un negocio y tiene gente a su cargo que hace el trabajo pesado.
Está tranquilo porque sabe que soy una muchachita que tiende a meterse en problemas y con la compañía de Kaled estoy al seguro, me tira fuera de los líos en los que me meto.
Kaled, es robusto y fuerte. Tiene los cabellos oscuros y ensortijados, recogidos en un lazo detrás de la nuca, su barba de un par de días le confiere un aspecto descuidado, sus ojos azabaches; son misteriosos y pasionales, cuando me mira un escalofrío recorre todo mi cuerpo, vibramos en la misma frecuencia, somos almas gemelas, nos gustan los desafíos y las aventuras.
Mezcla de musulmán y cristiano, adjetivo por el cual no es bien visto por estos parajes, como muchos otros en sus mismas condiciones, pero a mí eso no me importa, él ha sido constantemente un amigo fiel y su familia es muy buena conmigo. Son personas muy buenas y honradas, pero nuestra sociedad no les admite como iguales, ellos son ciudadanos de segunda categoría.
De pequeños jugábamos a las escondidas entre las tiendas, corríamos a través de la muchedumbre. Nos divertíamos tanto… dos niños felices sin prejuicios ni diferencias, por eso la gente nos miraba mal.
Cuando inicié el colegio de monjas donde me enseñaron a tejer, bordar, religión y donde me aburría muchísimo (las hermanas del convento son muy estrictas), nos tuvimos que separar.
Mi padre así lo dispuso, cuando pequeña me enseñó a leer, algo prohibido para el resto de las doncellas de la época.
Desde que aprendí a leer, me paso el tiempo devorando todos los libros que llegan a mis manos. Es un privilegio solo para los hombres, y como mi padre veía que yo pasaba tanto tiempo, sola y aburrida, decidió abrirme las puertas a mundos maravillosos, se lo agradezco de corazón.
En época de colegio nos dejamos de ver por largo tiempo con Kaled, pero en las vacaciones volvíamos a encontrarnos en nuestro lugar secreto, cerca del mar, ése sitio se ha convertido en mi lugar favorito. Allí nos perdemos horas enteras… sin que nadie sepa de nosotros. Es nuestro refugio, una especie de paraíso en el cual nos sumergimos olvidándonos del mundo.
Este año he terminado con mi educación, no tendré que dejar mi casa para volver al internado, ni alejarme de Kaled. He pasado dos años extras en él, porque mi padre no deseaba que pasara el tiempo sin hacer nada, en casa, así que me ha obligado a soportar el colegio un tiempo más. Los días no pasaban nunca entre esas paredes espesas y en compañía de las monjas que nos hacían levantar temprano para pasar las horas rezando en la capilla.
Hoy que he vuelto para quedarme, Kaled continúa a cuidarme, siempre se preocupa por las locuras que hago. He sido la primera que se ha lanzado del acantilado hace tres veranos atrás, luego se animaron los demás muchachos, la primera en aprender a utilizar las armas, siempre tan intrépida en mis empresas y él ha estado siempre incondicional a mi lado. Apoyándome y cubriendo mis espaldas. Un amigo fiel, a quien le encomendaría mi vida sin temor o duda alguna.
Pero comencemos desde el principio, como dije antes hoy es mi cumpleaños, ¡cumplo dieciocho años!
La mañana es calurosa, como el día en que vine a este mundo… (Al menos es lo que me dice siempre Tomasa, ella se encargó de hacerme saber todos los detalles del día de mi nacimiento, una historia que me encantaba escuchar de pequeña, pero a mi padre no le agrada mucho hablar del tema por eso siempre me dirigí a mi querida negrita para saber más de mi madre.)
Me levanto de la cama de un salto, el sol se cuela por la ventana, los pájaros cantan en las copas verdes de los naranjos en flor. La ciudad poco a poco se va poniendo en movimiento, es muy temprano, aún no hay mucho ajetreo.
Me quito el camisón de algodón blanco, me visto, me lavo la cara, me cepillo el pelo y corro a la cocina.
La gran cocina, es acogedora en ella arde el fuego en una esquina, donde se calienta la leche y el café y se cocina. Es amplia y tiene una ventana grande que da al jardín de la casa y en el centro una enorme mesa de madera, coronada con un tazón de cerámica decorado con flores pintadas, lleno de frutas frescas. Del otro lado un armario inmenso donde descansa la vajilla de la casa, aquella que con tanto amor había ido adquiriendo mi madre en los inicios de su matrimonio, entre otras cosas, cucharas y demás utensilios de plata que le había regalado mi padre, de una exquisita manufactura, provenientes de lugares exóticos.
Allí, en la cocina, el reino de Tomasa, me espera mi padre que me abraza y me besa en la frente dulcemente. Si bien es cierto no es costumbre que los dueños de casa se mezclen con la servidumbre, en mi casa las cosas son distintas, mi padre es diferente y Tomasa forma parte de nuestra familia, ha ayudado tanto a mi padre conmigo... que no solo se encarga de la casa sino también ha sido desde mi nacimiento mi niñera. Con su cariño y paciencia llenó mi infancia de risas y juegos.
La negra prepara el desayuno corriendo de un lado al otro llevando y trayendo un enorme cazo con leche caliente, mientras el pan se tuesta en una pequeña parrilla más allá.
Sí, Tomasa tiene la piel negra como el carbón, proviene de una tribu africana, sus grandes ojos oscuros son generosos, su sonrisa amplia deja a la vista dientes blancos como perlas, sus labios son gruesos y su voz dulce, su cabello es retinto y motoso. Trabajadora incansable, fiel y honesta.
―¡Estás hecha una mujer y cada día te pareces más a ella… a tu madre!…—exclama mi padre, con los ojos húmedos, mientras me acaricia la cara con el dorso de su mano y advierto en el tono de su voz la nostalgia que le ajusta un nudo en la garganta.
―¡¡Ahh!! No puede ser papá, tú dices que ella era preciosa, y yo no lo soy… —contesto, mientras la tristeza me invade y se me inundan los ojos de lágrimas, se acerca y me toma entre sus brazos, dándome un fuerte abrazo, estrechándome contra su pecho fuerte.
―Eres la muchacha más hermosa de todo el reino y del mundo entero —continúa con los halagos, orgulloso de mí―. Tú, eres mi pequeña... y siempre será así. Doy gracias a Dios porque tú llegaras a mi vida.
―¡¡Papá!! ―exclamo, en tono de reproche mientras me separo de él, luchando por liberarme de sus brazos y él inicia a hacerme cosquillas.
—¡¡Tengo un regalo para ti!! ―responde con algarabía.
―¡¿Qué es papá?! ―pregunto con una mezcla en la voz de intriga e ilusión.
Acostumbra a ceder a mis caprichos, sobre todo para mi cumpleaños y me llena de regalos costosos y muy extraños provenientes de todas partes del mundo.
Mi padre me cubre los ojos con sus manos y me conduce fuera de la cocina por la puerta que da al patio, un jardín adornado con naranjos en flor. Puedo sentir el perfume embriagador y dulzón de azahares inundar mis pulmones y la hierba fresca acariciar mis pies descalzos. Caminamos varios metros, no puedo siquiera hacerme una idea de qué se puede tratar esta vez la sorpresa. De pronto... un relincho, mi padre me descubre los ojos y aparece delante de mí, la imagen del caballo más hermoso que yo haya visto jamás.
―¡Un caballo! ―grito. Una electricidad corre por mi espalda, partiendo de mis pies y atravesando todo mi cuerpo, inicio a dar brincos y me lanzo al cuello de mi padre, paso mis brazos en torno y le doy un sonoro beso en la mejilla regordeta―¡¡Gracias papá!! ¿¡Es mío!?
―Sí, es para ti. Como he visto que se te da muy bien la equitación, he pensado que te gustaría tener uno, tienes que darle un nombre y encargarte de él ―me dice indicándolo.
Siempre he deseado tener un caballo y él siempre me decía que aún era pequeña, que sería para más adelante.
Me acerco corriendo al animal, le giro en torno, toco su hocico, es suave y tibio, su pelaje blanco, níveo… Las crines largas le cubren los ojos que son de color almendra. Es un precioso ejemplar, su porte es magnífico, su altura considerable, las patas fuertes parecen cuatro columnas romanas, que sostienen la masa del animal. Es de una belleza soberbia.
Baja la cabeza lentamente sin apartar su mirada de mí y se deja acariciar, mi padre me pasa una manzana que yo deposito con cuidado en el hocico del animal, que se la devora, hemos establecido una comunicación. Siento que va a ser un buen compañero.
―¡¡Rayo de Luna!! Así lo llamaré ―exclamo emocionada, como si el nombre hubiese estado esperando solo a ser pronunciado.
―¡Un nombre precioso! ―exulta mi padre, mientras se acerca y me da un beso de despedida―. Bueno yo tengo que ir a atender mi negocio, espero que te diviertas y que pases un buen día, recuerda que tus abuelos vendrán a verte esta tarde, te pido que seas educada con ellos y que te vistas presentable ―dice señalando mi ropa.
―Sí papá, no te preocupes, ahora mismo me doy un baño y me arreglo. Gracias por el regalo, es precioso ―me acerco y le doy otro beso y un abrazo fuerte. Él se marcha.

Monto el animal de un salto, sin la menor dificultad, lo dirijo por el portón de atrás, el que conecta el jardín con la calle y salimos disparados. La ciudad está aún tranquila, nos encaminamos hacia el mar, a todo galope.
Voy sobre el animal sin montura y descalza, los cabellos al viento ondean y mi camisa blanca de amplios puños se aprieta a mi figura, delineando mis curvas.
El pantalón verde musgo se ciñe a mi cintura gracias a un gran cinturón de piel coronado con una hebilla trabajada en plata, con incrustaciones de lapislázuli.
Unos aros grandes adornan mis diminutos lóbulos. Y la medalla de la Virgen del Mar que ha pertenecido a mi madre, cuelga en mi cuello.
Desde que he cumplido diez años y mi padre ha decidido dármela, no me la quito por nada del mundo, siento que de alguna manera ella me acompaña. Está conmigo compartiendo mi vida, cuidándome.
Muchas veces me descubro hablando con el medallón, es lo único que me queda de mi madre, lo único que me conecta a ella.
Me dedico a correr a la vera del mar a lo largo de la amplia playa, las olas, rompen bañando las patas de Rayo de Luna y salpican gotas refrescantes en mi piel, la brisa marina llena mis pulmones y el aire fresco y húmedo de la mañana acaricia mi rostro y mi piel mientras hace ondear mis cabellos rizados.
Me divierto a hacer galopar a mi caballo, a lo lejos se pueden ver los acantilados en el extremo opuesto de la playa, en la parte más lejana... se erigen como gigantes, testigos mudos del ir y venir de las olas del mar.  Dirijo a Rayo de Luna allí a todo galope, el sol se refleja en el agua y me ciega, el animal corre a gran velocidad y temo caer... aferro mis brazos en torno a su cuello, pegando mi pecho a su cuerpo, cierro los ojos y me dejo llevar en el movimiento ondulante de su lomo.
Abro mis ojos, detrás de una roca, cerca del acantilado diviso una figura que poco a poco se hace más y más clara ¡¡Kaled!!... ¡Es Kaled!
―¡Kaled! ―grito levantando la mano y agitándola, el corazón late desenfrenado en mi pecho, siento cómo golpea rítmicamente en mis oídos.
―¡Hola Esperanza! ―grita alzando la mano, mientras se acerca a mí, Rayo de Luna ha disminuido la velocidad ahora solo trota, me enderezo y lo tomo por las riendas. Kaled está a mi lado, aferra al animal intentando mantenerlo quieto para que yo baje.
Doy un salto y estoy en el suelo, me acerco a Kaled con mis brazos rodeo su cuello fuerte, ¡¡Cuánto ha crecido!! Ahora es todo un hombre, a pesar de tener solo dos años más que yo.
Él se ha desarrollado antes, su voz se ha engrosado, sus brazos ahora cincelados, parecen dos rocas fuertes y compactas, sus espaldas son anchas y es mucho más alto que yo. Sus ojos negros azabache tienen un brillo especial. Su piel recubierta de una fina capa de sudor... es tan… invitante…
―Mira lo que me ha regalado mi padre ―digo señalando a Rayo de Luna.
―Es muy bonito ―responde pasando su mano por el lomo del animal, que se estremece por su toque mientras relincha―. Yo…¡¡Feliz cumpleaños!! ―dice sonriendo sonrojado y del bolsillo de su pantalón extrae un brazalete de plata y lapislázuli. Alarga su mano y toma la mía, mientras lo pone en torno a mi muñeca lo miro maravillada, extasiada, es de una belleza exquisita.
―¡Es precioso! ―exclamo.
―Es para ti ―dice y me estremezco cuando sus dedos rozan mi piel.
―¡Gracias! ―respondo volviendo a pasar mis manos por su cuello para abrazarlo―, pero... no era necesario, seguramente te ha costado mucho dinero.
―Quería hacerlo ―me replica, mientras juega con sus pies descalzos en la arena.
Puedo imaginar que ha tenido que trabajar mucho para comprar algo así, es una pieza realmente muy bonita y delicada.
―¿Qué haces hoy? ―me pregunta.
―Hoy… mmm… ¡Ohh!… me había olvidado...¡¡Tengo que ir a prepararme, hoy vienen mis abuelos por mi cumpleaños y ya voy con retraso!! ¡Quería dar una vuelta con Rayo de Luna pero se me ha pasado la mañana volando! ―respondo con prisa y un poco de disgusto―. Ahora tengo que dejarte, pero si en la tarde me puedo escapar de ellos paso a buscarte, ¿dónde estarás?
―Seguramente en el mercado.
―Gracias de nuevo, es precioso ―digo mientras de un salto monto en el caballo―¿¿Quieres que te acerque??
―No, voy caminando, ve tú sola o llegarás tarde.
Inicio a galopar, el viento me golpea la cara, los ojos me arden, vuelvo a la casa bordeando la ciudad, evitando el bullicio de las calles que ya están llenas de gente. Arribo y desmonto en el jardín, dejo a Rayo de Luna en el establo detrás de la casa… me acerco sigilosamente a la ventana de la cocina y llamo a Tomasa, en voz baja, casi en secreto.
―¡Tomasa! ¡Tomasa!…
―¡¡Sí, mi niña!! Pero… ¿dónde estabas? ¡Tus abuelos han llegado y quieren verte, ve a acomodarte!  ―cuando me ve entrar casi se cae de espaldas, tengo los cabellos revueltos, la camisa desabotonada y el pantalón mojado, por no hablar de mis pies llenos de arena, mi frente está coronada por perlas de sudor.
―Corre a tu habitación que te he preparado el baño y tu ropa está sobre la cama. Prepárate, que mientras yo les digo que ya bajas.

Corro por el pasillo evitando el salón… donde se encuentran las dos parejas de abuelos.
En lo único que se ponen de acuerdo, es en el día de mi cumpleaños, para venir a verme, el resto del año cada uno expresa su opinión sobre mi educación y los candidatos para mi matrimonio, cosa que no considero en un futuro próximo, mi padre, estoy segura, no les permitirá, que me consigan marido. Él me dejará elegir a mí, al menos eso espero.
Me sumerjo en la tina, el agua es tibia y reconfortante (el día es muy caluroso y húmedo), me enjabono velozmente, mientras Tomasa entra corriendo con una jarra llena de agua limpia y caliente, para quitarme el jabón.
En un abrir y cerrar de ojos estoy vestida, luzco un vestido celeste lleno de cintas y encajes, regalo de mi abuela paterna, seguramente muy costoso, incómodo y voluminoso, estoy lista para encontrar a mis abuelos, Tomasa recoge mi pelo en un moño y pellizca mis mejillas.
―Buenos días a todos ―digo mientras entro en el salón llevándome por delante una bandeja con una jarra llena de limonada, que descansa en una mesilla, los vasos se estrellan en el suelo, la falda de mi vestido se ha enganchado y me he llevado puesto todo. Tomasa corre a limpiar
―¡Buenos días Esperanza! ―exclaman los abuelos poniéndose de pie, se acercan y comienzan a abrazarme y besarme…
―¡Cómo has crecido! Te pareces un montón a tu madre, tienes sus mismos cabellos y su cuerpo menudo ―comentan los maternos, con aire de superioridad.
―Tienes los ojos de tu padre ―dicen los otros y sé que la guerra ha iniciado.
Todas las veces es lo mismo, mis abuelos maternos buscan el parecido con mi madre y los paternos el legado genético de su estirpe.
El ritual es largo y tedioso, primero el desayuno, con pastas y tarta que han traído ellos, luego tener que sentir sus comentarios y las historias de las primas que ya se han casado o están comprometidas. La verdad que mi padre desde que murió mi madre no ha tenido mucha relación con sus hermanos ni con sus cuñados. Por lo tanto yo tampoco con mis primos y primas. Son todos desconocidos para mí.
―¿Ya has terminado el colegio?  ―pregunta una, la abuela Clara.
Clara es la madre de mi madre, una señora refinada de buenos modales, se conserva muy bien a pesar de su edad, se puede ver que en su lejana juventud ha sido una mujer muy hermosa, todavía se puede apreciar parte de ella. Lleva el cabello color plata, recogido con una peineta y para completar su estilo delicado, tiene un abanico que mece rítmicamente en su mano derecha.
―Sí, éste año, ha sido el último, mi padre quiere que esté en casa ―respondo, mientras meto en la boca una masa que se desmorona (son tan ricas) y doy un sorbo a la taza de té inglés, mi preferido. Mi padre lo compra a un mercante que lo trae directamente de la china. Son una de las pocas excentricidades que se permite en la casa, se los ofrece a sus compañeros de negocio, o se lo usa en reuniones especiales.
―Ya es tiempo de que encuentres marido, niña ―replica molesta la madre de mi padre, la abuela Dolores y la verdad para mí, es un gran dolor de cabeza, una señora terca y muy rígida. Está obsesionada con el matrimonio, para ella la mujer ha nacido para tener hijos, criarlos y llevar una casa, es una mujer sencilla, ha dedicado su vida a su familia, ama llevar las riendas de la casa.
Los años han pasado muy mal para ella, sufre de un problema a los huesos, así que tiene las manos huesudas y deformadas, un ligero sobrepeso acentúa los dolores en sus piernas.
Sus ropas son más modestas a diferencia de la abuela Clara, no por falta de dinero sino que considera inútil el gasto. Ama las rosas y las cultiva con dedicación, una mujer más de campo que de ciudad... 
―¿Qué es lo que opina tu padre? ―pregunta Clara con el ceño fruncido y un cierto tono de reproche.
―¡Opina que soy yo quien tiene que decidir qué hacer y qué no! ―contesto contrariada, dirigiéndome a las dos. Me molesta que se metan en mi vida…
Yo casada, je, je, je, eso no lo verán nunca, soy demasiado joven, no tengo vocación de esposa y mucho menos de madre. Además no he tomado en consideración como marido a ningún muchacho, son todos tan aburridos y comunes.
Mi padre es contrario a los matrimonios arreglados, siempre dice que él con mamá habían tenido suerte porque se querían, pero que un matrimonio sin amor, no puede funcionar y hace infelices a sus integrantes. Que de ser posible es mejor que elija yo, claro está, las pautas son siempre las mismas: alguien de buena familia, que pueda hacerse cargo de mí, con un trabajo, vamos lo que es para la sociedad un hombre de bien.
Mi padre no desea un matrimonio convenido para mí, ya les ha dicho una vez que no se metan en nuestros asuntos y que no quería sentirlas hablar del tema en su presencia, por eso las abuelas aprovechan su ausencia para asediarme con sus preguntas y sus comentarios.

―Si dejas pasar mucho más tiempo, serás vieja, nadie te querrá... ―dice Dolores mientras toma un vaso de limonada y caminamos lentamente por el jardín―. Tu padre no ha querido volver a casarse y esta casa está viniéndose abajo, mira el desastre que es éste jardín. Y la sirvienta hace lo que quiere.
―Tu hijo no ha olvidado a mi hija, por eso no se ha vuelto a casar, me parece bien que respete la memoria de mi pobre niña ―responde Clara con tono seco.
―Tal vez si se hubiese buscado otra mujer, ella hubiese educado mejor a Esperanza y hoy estaría casada.
Suspiro mientras las veo discutir... son las horas más largas y aburridas, desearía poder estar con Kaled haciéndonos el baño en el mar, tomando el sol en la playa, mirando los barcos...

El día se va sin pena ni gloria, comiendo, paseando por el jardín, escuchando los sermones de las ancianas. (Los hombres se mantienen al margen de sus comentarios).
―Cuídate mucho y come, estás muy delgada ―me aconseja Dolores.
―Encuentra marido, muchacha y a ver cuándo nos hacen una visita... ―comenta Clara, ambos viven no muy lejos de la ciudad en un par de horas estarían en sus casas.
La noche llega y con ella la tranquilidad. Mis abuelos se marchan, el sol tramonta mientras Tomasa ilumina la casa.
Mi padre está a punto de llegar, corro a sacarme los moños y las cintas no puedo soportarlos ni un minuto más, casi sin aliento subo a mi habitación.
―¡¡Tomasa!! ¡¡Tomasa!! ¡¡Ven por favor!! ―grito desesperada.
La pobre mujer llega a mi habitación sin aliento, es regordeta, y ha hecho las escaleras corriendo, está agitada y un hilo de sudor corre por su tez oscura.
―¿Qué pasa mi niña? ¿Estás bien? ―dice mientras respira con dificultad.
―¡¡Sí, Tomasa ayúdame a liberarme de éstas vestimentas, me están cortando la respiración!! ¡Por favor! —suplico, mientras me giro y le señalo la larga fila de pequeños botones que cierran el vestido en mi espalda.
―Oyy, pensaba que te había sucedido algo malo... no puedes ir gritando como una loca por ahí, pequeña Esperanza.
―Esto es muy malo Tomasa, venga no te enojes, sabes que no soporto todas estas cosas ―respondo mientras hago pucheros y me acerco a ella besando sus grandes mejillas, no puede resistirse y deja escapar una carcajada, sonrío y la abrazo con todas mis fuerzas. La quiero mucho, siempre ha estado a mi lado, y se preocupa por mí.
―Sabes cómo comprarme...¡¡Ladina!!... ―dice meneando el dedo índice y luego lleva sus manos a las amplias caderas, para depositarlas en ellas con expresión seria, pero muy divertida para mí.
―Venga, si tú me ayudas de prisa, yo te ayudo a poner la mesa.
―Mmm... Trato hecho mi niña.
Terminamos de deshacer las ataduras de mi corsé y de un salto estoy de nuevo en mis cómodos pantalones y en mi fresca camisa de lino blanco.
―¡¡Ahh!! Sí... ahora podemos hacer lo que quieras —digo, mientras me pongo las botas.
―Esperanza, tú no tienes remedio, muchacha.
Bajamos las escaleras, ella se agarra al pasamano, dice que tiene terror de caerse de ellas. Entramos en la cocina y un perfume sabroso llena mis pulmones, despertando mi estómago que inicia a quejarse. Ella se abalanza sobre una enorme olla, yo me dirijo a buscar los cubiertos. Ayudarla es la mejor manera para no sentirme tan sola y de paso Tomasa me cuenta historias de su tierra. Sabe leer el futuro en la palma de las manos, pero no ha querido leer nunca el mío… y yo estoy dispuesta a que tarde o temprano lo haga ya buscaré la manera de convencerla.
―To- ma- sa… ―pronuncio su nombre con dulzura, casi acariciando cada una de las letras, me acerco a ella mientras rizo mis dedos, nerviosa.
―¿¿Sí, mi niña?? ―me pregunta a la defensiva, sabe que cuando se me mete algo en la cabeza, difícilmente paro hasta obtenerlo.
Me conoce demasiado bien y ya es de un largo tiempo que le pido que me lea el destino, quiero saber qué me tiene preparado. Me encantaría que me dijera que viviré miles de aventuras, que conoceré lugares mágicos y lejanos.
―¿Cuándo me leerás el futuro? ―le pregunto, mientras la tomo por los hombros desde atrás y me abalanzo sobre la olla que mece con amor, deleitando mi olfato con el sabroso olor a comida que de ella sale.
―No creo que sea necesario saber qué es lo que te depara el futuro, creo que es mejor que sea una sorpresa… ¿No lo crees tú también? ―me contesta, su voz ahora es seria y seca.
―Yo pienso que al futuro y al destino lo hacemos nosotros mismos y que por eso es imposible leer algo que puede cambiar…de segundo en segundo ―respondo―, pero me gustaría saber qué es lo que ves, puede que sea sugestivo y tal vez no me interese cambiarlo.
―Hay cosas que no cambian mi niña, hay cosas que están destinadas a suceder y ni tú, ni nadie puede evitarlas… ―responde con tristeza―, a veces contra más nos concentramos en el futuro, nos olvidamos de vivir el presente, después de todo el presente, es lo único seguro que tenemos, lo demás son solo habladurías, además si tu padre se entera me mata.
Cuando termina su discurso estoy lista a refutar su teoría, siempre a mi favor, pero cuando me dispongo a exponer mis argumentos, la voz de mi padre resuena en el salón de la gran casa, interrumpiendo mis intentos de convencerla.
Es un poco más temprano de lo habitual... al sentir su voz, salgo corriendo de la cocina liberando a Tomasa de mis incómodas preguntas, mientras abandono el lugar, siento como suspira aliviada, sonrío.
―¡¡Papá!!… ―exclamo, y lo beso en la mejilla.
―Hola Esperanza, ¿Todo bien con los abuelos? ―me pregunta él interesándose en la visita que había recibido en el día de mi cumpleaños.
―Sí, lo de siempre, preguntas, preguntas y más preguntas y comentarios sin importancia ―explico, suspirando mientras camino en torno al gran diván, restando importancia a las estupideces que me habían dicho los abuelos.
Me dejo caer con todo el peso en el sofá de madera forrado con terciopelo rojo, los rizos de mi cabello saltan como resortes, cayendo desparramados detrás de mi cabeza formando una especie de corona.
Mi padre se acerca y me besa en la frente mientras con voz comprensiva me habla.
―Ellos quieren lo mejor para ti y yo también, es lógico que se preocupen. No les hagas caso. Nosotros dos ―dice sonriendo, mientras se sienta a mi lado―, sabemos que las cosas en nuestra familia las decidimos entre los dos. Sólo espero que hayas seguido mis consejos y los hayas recibido vestida como una dama no como un muchachito.
―Sí papá, me he vestido de acuerdo a la ocasión… y lo sé los abuelos no son malos pero es que ellos siempre vienen a poner patas arriba nuestras vidas.
No tengo duda que mi padre es diferente a todo el mundo en esta época. Él no permitirá que me case sin amor y me deja ser yo misma, no me hace problema por mi manera de vestirme, siempre que en las ocasiones debidas respete las reglas del decoro, demuestre mi buena educación y sepa comportarme como es debido.
―¿Y ése brazalete? ―me pregunta tomando mi mano.
―Eh… me lo he comprado en el bazar, hace un par de días ¿Te gusta? Es un regalo que decidí hacerme por mi cumpleaños, me gustaba desde hacía ya mucho y me lo compré ―pienso que es mejor mentirle, no creo que a mi padre le haga mucha ilusión que le diga que me lo ha regalado Kaled, seguro que me manda a devolverlo.
—Muy bonito.
—Gracias.


*****


Han pasado ya varios días desde mi cumpleaños y el verano está siendo muy caluroso. De día el sol quema como una hoguera, no he podido asomar la cabeza fuera de casa, Tomasa se empeña en mantenerme a la sombra, dice que no quiere que me insole o que vaya a quemarme y quedar como un cangrejo. Tonterías de ella, no soporto cuando se pone en plan súper protectora.
Así que paso los días en el jardín tomando limonada, tumbada a la sombra de los naranjos, descalza, leyendo un libro o simplemente mirando el cielo azul sobre mi cabeza y todo bajo la atenta supervisión de Tomasa.
Me pregunto si es solo por el sol y el calor, que no me deja salir… o es que tal vez hay algo más detrás de su extrema protección. ¿Qué se traerá entre manos?
Cuando llega la noche y el sol nos deja un poco de respiro, después de la cena intento dormir, pero es imposible conciliar el tan anhelado sueño. Mezclado al calor insoportable una sensación de desasosiego me inunda el estómago.
La luz pálida de la luna se cuela por la ventana que he dejado abierta con la vana esperanza de que entre un poco de aire fresco. Dibuja sombras extrañas sobre los objetos de mi habitación y en las paredes, que parecen lienzos dispuestos convenientemente. Me giro y golpeo la almohada intentando darle una forma. 
Doy vueltas y más vueltas en la cama, las sábanas parecen lenguas de fuego que me envuelven. Me levanto y me dirijo a la ventana, miro el cielo y puedo ver un grupo de pequeñas estrellas que titilan tímidamente, suspendidas en la gran oscuridad, en el firmamento, las demás no se ven, la noche es demasiado clara.
Miro hacia la ciudad que se extiende delante de mis ojos, allá, donde la calle baja, las blancas casas resplandecen acariciadas por la luz de la luna y el mar calmo brilla a lo lejos como el filo de un cuchillo.
Mi casa se encuentra en una parte alta desde donde tenemos una hermosa vista sobre la ciudad y el mar… un paisaje maravilloso. Respiro hondo…
Vuelvo a la cama y me tumbo, buscando consuelo en el sueño, seguramente el alba está cercana, por el cansancio me quedo dormida.
Sueño con cosas extrañas:

De pronto abro mis ojos y me incorporo, me encuentro en una playa de arenas blancas, a lo lejos en las aguas verdes de un mar para mí desconocido, muy bello; un galeón. Sobre su cubierta puedo ver la figura de un hombre (en un primer momento no logro reconocerlo), está de espaldas a mí, su cabello largo, negro recogido con una cinta en la nuca.  Su camisa blanca ondea sobre sus espaldas al ritmo de la brisa marina.
El corazón me da un salto en el pecho, intento gritar, pero de mi garganta no sale ningún sonido, intento correr y sumergirme en las aguas, pero mis piernas no responden, mi corazón me pide a gritos la cercanía, el roce de la piel de ése individuo. La angustia oprime mi pecho, mientras veo alejarse el navío ondeando entre las aguas esmeralda, hasta desaparecer y el muchacho no se ha girado, no me ha dejado ver su rostro ni un segundo. La tristeza me inunda, caigo de rodillas en la arena, cubro mi rostro con mis manos.

Espero que les haya gustado, les deseo un feliz inicio de semana y unas muy buenas vacaciones a quienes están ya disfrutando de ellas.
Nos seguimos viendo por aquí.

                             Danisa-.


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